Gabriel Pilonieta-Blanco
EspañolEnglish

Editorial

Hoy siento la imperiosa necesidad de compartir con mis amigos la triste noticia de la muerte de mi madre. No es fácil hacerlo porque desde siempre me prometí a mí mismo que estas páginas estarían al servicio de las buenas noticias de nuestra comunidad, y de las propuestas de futuro que nos lleven hacia un mejor mañana. 

Lamentablemente hoy, particularmente hoy no es así. Mi madre nos dejó con 93 años recién cumplidos, muy bien cumplidos diría yo. No solo dio a luz ocho hijos, sino que emprendió durante su larga vida un sin número de iniciativas que marcaron la vida de, podríamos decir, cientos de jóvenes de nuestra localidad. Tenía ella una dualidad artística y organizativa que la hacía un ser especial. 

Compañera de un soñador irremediable, mi padre, supo darle cuerpo a empresas que empezaron de la nada y fueron creciendo hasta convertirse en ejemplos dentro de la comunidad donde funcionaron, Mérida, una ciudad universitaria en los Andes venezolanos. Lograron que la ciudad figurara por primera vez en el libro de Récords Guinnes, con la caminata por parejas más grande del planeta. Un logro nada pequeño debo agregar. 

Fue además un gran premio compartir con ella por tantos años, no muchos pueden tener a sus padres vivos durante más de 6 décadas y disfrutar de ellos a plenitud. Doy gracias a Dios por ese magnífico presente que nos dio tanta alegría a los hermanos. 

Siempre consideré una gracia el poder contar con una persona que dejaba que las cosas fluyeran sin tratar de intervenir para llevar a un lado u otro; el libre albedrio era una máxima en su vida y de esa forma fuimos educados. Formados para soñar en cientos de cosas, algunas, por supuesto imposibles, pero todas parecían al alcance de la mano y fueron hechas realidad. 

Por otra parte, cuando recuerdo su vida, me quedo atónito al ver tantas cosas que logró hacer y los lugares que visitó en sus nueve décadas. Casi el planeta entero y siempre con ganas de seguir adelante mirando y conociendo más y más.

Sin duda ella hubiese preferido que me guardara mis palabras, pero la nobleza obliga. Este es un momento especial en mi vida y quiero hacer partícipes a mis amigos de tan especial circunstancia, ya que después de viejo, soy huérfano, pero pleno de nuevas ideas y proyectos que sin lugar a duda harían muy felices a mis padres. 

Es un hasta luego en este frio otoño, solo un hasta luego.  

Editorial

Today, I feel the urgent need to share with my friends the sad news of my mother’s death. It is not easy to do so because I have always promised myself that these pages would be at the service of the good news of our community and of future proposals that lead us toward a better tomorrow.

Unfortunately, today, particularly today, that is not the case. My mother left us at 93; very well accomplished, I would say. Not only did she give birth to eight children, but during her long life, she undertook countless initiatives that marked the lives of, we could say, hundreds of young people in our town. She had an artistic and organizational duality that made her a unique being.

Companion to a hopeless dreamer, my father, she knew how to give substance to companies that started from nothing and grew until they became examples within the community where they operated, Mérida, a university city in the Venezuelan Andes. They managed to get the city to appear for the first time in the Guinness Book of Records for the longest walk on a duo project. No small achievement, I must add.

Sharing with her for so many years was also a great reward. Not many can have their parents alive for more than six decades and enjoy them to the fullest. I thank God for that magnificent present that gave us siblings so much joy.

I always considered it a grace to count on a person who let things flow without trying to intervene to lead one way or another. Free will was a maxim in her life; that is how we were raised. Trained to dream of hundreds of things, some, of course, impossible, but all seemed within reach and were made reality.

On the other hand, when I look back on her life, I am amazed to see so many things she managed to do and the places she visited in her nine decades—almost the entire planet and always wanting to move forward looking and knowing more and more.

No doubt she would have preferred that I keep my words to myself, but nobility obliges. This is a special moment in my life, and I want to make my friends part of such an exceptional circumstance, since after old age, I am an orphan, but full of new ideas and projects that would undoubtedly make my parents very happy. It’s a see-you-later in this cold autumn, just a see-you-later.