Editorial
Que errar es de humanos, es una verdad irrefutable, como también lo es el corregir cuando hemos tomado una decisión incorrecta. Es un poco lo que ha empezado a suceder en el ánimo de ciertos electores que el pasado noviembre depositaron su voto por el candidato que se oponía el presidente de ese entonces.
Y está empezando a suceder, porque les parecen extremas ciertas actitudes, como por ejemplo, fomentar la idea de una Rusia como nación amiga y no como un peligro para la libertad y con un gobernante con un apetito inmenso de poder que se ve a si mismo como un nuevo Zar del siglo XXI, o el hecho de faltarle el respeto al presidente de Canadá llamándolo gobernador sin respetar su investidura.
Lo que los votantes esperaban, al parecer, era otra cosa, ya que la promesa electoral sonaba halagadora, y a la hora de ponerla en marcha, está sacando costra en empleados públicos y veteranos por igual. En reuniones de pequeños pueblos, miembros del partido gobernante han expresado claramente sus preocupaciones, mientras que otros más radicales han decidido incluso mudarse de país para no caer en la paranoia reinante.
Un ejemplo de ello ocurrió en el este de Nebraska, cuando más de 200 personas se reunieron en el auditorio de una escuela secundaria el martes por la noche para una asamblea ciudadana realizada por el representante republicano Mike Flood. Solo minutos después de comenzar, una cacofonía de abucheos, gritos y demandas airadas de respuestas reveló que la mayoría estaba allí para expresar su descontento con el congresista.
Al mismo tiempo el deseo de atacar a quienes no comparten sus puntos de vista ha llevado a trabajadores federales, rectores de universidades, directores ejecutivos e incluso republicanos veteranos a no pronunciarse en contra del presidente de EE.UU. por temor. Es real el cierto escalofrío que se siente en el ambiente. Muchos temen por la seguridad de sus familias.
Tomemos en cuenta que han tenido la osadía de pedir la destitución y, de ser posible, el castigo penal para aquellos jueces que no procesen a los enemigos reales e imaginarios del nuevo mandatario.
Las universidades con subsidios federales están también en la mira.
También es cierto que muchos ven con admiración las medidas tomadas en los pocos días que van del nuevo gobierno, incluso creen que en lugar de pagar a otras naciones al imponer las mentadas tarifas, serán los países extranjeros los que terminarán pagando, y no lo ciudadanos estadounidenses. El tiempo les demostrará lo falso de esta apreciación.
En una entrevista el senador Chris Coons, demócrata por Delaware, amigo de un amplio grupo de republicanos del Senado, dijo en una entrevista que “aquellos con quienes he viajado y con quienes he trabajado y rezado y con quienes he estado implicado en la ayuda exterior y la política exterior están sorprendidos por la rapidez, la contundencia, la crueldad y la falta de organización de los recortes”.
Claro que se entiende que la reducción de la deuda y el gasto publico no puede postergarse, en incluso el tamaño de la burocracia es excesiva, pero apretar por el lado más débil de la sociedad no es precisamente una buena decisión. Ya veremos.
Editorial
That to err is human is an irrefutable truth, as is correcting ourselves when we’ve made a wrong decision. This is what has begun to happen in the minds of certain voters who cast their ballots last November for the candidate opposed by the then-president.
And it’s starting to happen, because they find certain attitudes extreme, such as promoting the idea of Russia as a friendly nation rather than a danger to freedom, with a ruler with an immense appetite for power who sees himself as a new 21st-century Tsar, or disrespecting the president of Canada by calling him a governor without respecting his office.
Voters were expecting something else since the campaign promise sounded flattering. When it comes to putting it into practice, it’s causing stings among public employees and veterans alike. At small-town meetings, members of the ruling party have clearly expressed their concerns, while more radical ones have even decided to move out of the country to avoid the prevailing paranoia.
One example occurred in eastern Nebraska when more than 200 people gathered in a high school auditorium Tuesday night for a town hall meeting hosted by Republican Representative Mike Flood. Just minutes after it began, a cacophony of boos, shouts, and angry demands for answers revealed that the majority was there to express their displeasure with the congressperson.
At the same time, the desire to attack those who don’t share their views has led federal workers, university presidents, CEOs, and even veteran Republicans to refrain from speaking out against the U.S. president out of fear. The chill in the air is real. Many fear for the safety of their families. Consider that they have dared to call for the removal and, if possible, criminal punishment of those judges who fail to prosecute the new president’s real and imagined enemies.
Federally subsidized universities are also in the crosshairs.
It is also true that many admire the measures taken in the new administration’s few days in office, even believing that instead of paying other nations by imposing the tariffs, foreign countries will end up paying, not American citizens. Time will prove this assumption false.
In an interview, Senator Chris Coons, Democrat from Delaware, a friend of a large group of Senate Republicans, said that “those with whom I have traveled and worked and prayed and been involved in foreign aid and foreign policy are shocked by the speed, the forcefulness, the cruelty, and the lack of organization of the cuts.”
Of course, it’s understandable that debt reduction and public spending cannot be postponed, and even the size of the bureaucracy is excessive, but squeezing the weakest side of society isn’t exactly a good decision. We’ll see.